Gran fiesta tiene el infierno con todas sus calaveras.
Tanto el viejo como el tierno van a dar a las calderas.

20 febrero 2010

Morgenstern

Ella es horrible. Cuando su cara se asoma por su ventana durante la noche, las estrellas dejan de brillar y la luna parpadea hasta que su luz se extingue. Solo queda una maldita estrella que ilumina su abominable rostro y la acompaña durante sus eternas divagaciones nocturnas. Durante el día tampoco puede mostrarse. Si cuando despierta alguno de sus cabellos sale por la ventana, ese día está nublado.

Únicamente cuando la más oscura de las noches cubre el cielo, ella sale a recoger comida silvestre. Aunque los huertos estén abandonados, prefiere alimentarse a base de bayas y raíces. La idea del hurto siquiera se pasaba por su cabeza. Jamás pensó en comprar sus alimentos porque, aparte de que carece de dinero, no quiere que más gente muera del susto al verla.

Su padre falleció de horror nada más vislumbrar su cara, por lo que su madre, sabiendo que lo que salía de su cuerpo no podía ser visto sin una muerte segura, se vendó los ojos. La crió a ciegas durante unos quince años. Un trágico día en el que su madre se peinaba delante del espejo, ella pasó detrás y su reflejo mató a su madre, aparte de destrozar el espejo. A partir de entonces estuvo sola en su casa. Ningún familiar o conocido se atrevió a venir. Ni siquiera el capellán para encargarse de darle un enterramiento cristiano a su madre, lo hizo ella misma una de las noches que se vio obligada a salir por el hambre.

Su progenitor, al que nunca conoció, era un lector apasionado, por lo que en su casa encontró una gran biblioteca a su disposición, pero al tener ese problema con la luz, su único medio de leer era iluminada por la estrella que no se iba del cielo. Pero ella raras veces leía, solo miraba la estrella y a ella le cantaba sus versos de soledad.

Estrella de la mañana, brilla
Sobre mi horrible cara
Si haces bonitas mis mejillas
Quizás alguien me amara
Oh! Estrella inmoladora
Dime que no estoy sola…

La gente de la villa en la que habitaba no tenía mucha consciencia de la persona que se escondía de la luz. Los viejos conocían su historia y los pequeños temían la sola idea de mirar a la casa, ya que les habían contado que habitaba un demonio que mataba con solo su semblante. Los crueles jóvenes sabían su condición, por lo que fueron a atacar.

Los oyó entrar. No portaban vendas ni nada que la ocultara de sus ojos. Y la llamaban: “¡Fea! ¡Horrible! ¡Abominación!” Ella, por no provocar más muertes, ocultaba su cara entre sus manos y lloraba mientras los jóvenes la perseguían en su propia casa. Cuando se fueron, ella estaba exhausta, amargada y profundamente deprimida.

Era una noche gris cuando ella escuchó un llanto de animal. El viento penetraba en su casa y las ráfagas de aire se llevaban sus pensamientos y traían los alaridos de sufrimiento de un angustiado animal. No pudo soportar su llamada y, aun no siendo noche cerrada, bajó a la calle en busca del emisor de tales sonidos. Era un perro de buena sangre, con una de sus patas atrapadas en un cepo para cazar animales salvajes. Al verlo, el perro pidió ayuda con la mirada. Las bestias no temían su cara por razones que desconocía. Se afanó en ayudarle haciendo acopio de las pocas fuerzas que tenía. Liberado de su trampa, el perro le lamió las manos y se internó en la maleza. Cuando la dama horrible cumplió su cometido se dispuso a marchar, pero en el momento en el que se irguió, escuchó un sonido en la espesura. Se asustó y salió corriendo.

Otro día, mientras recogía su alimento, vio a lo lejos un niño famélico. Parecía abandonado. Tenía las ropas rotas y, en la piel, heridas. Se acercó cautelosamente al infante y le dejó el saquito de comida que había recolectado. Volvió al bosque para volver a recoger su comida y el sonido que escuchó la noche que salió a salvar al perro volvió a retumbar en sus oídos. Parecía de una persona que temiera por la seguridad de su escondite.

Como estas noches, muchas. Se atrevía a complacer a los demás y darles la felicidad que a ella le había sido negada.

Su pena era lo único que su corazón sentía, la tremenda soledad. Nunca había hablado con nadie, a excepción de su fallecida madre. Y seguía cantando por las noches su triste canción.

Estrella de la mañana, brilla
Sobre mi horrible cara
Si haces bonitas mis mejillas
Quizás alguien me amara
Oh! Estrella inmoladora
Dime que no estoy sola…

Estrella de la mañana, brilla
Sobre el rostro de mi amada
Dile que su pesadilla
Pronto será finalizada.
Oh! Estrella inmoladora
Dile que no está sola…

Ella se arrojó a la ventana, con tanta ansia que casi se cae. ¡Una voz de hombre había cantado eso! Miró al exterior buscando sin resultado a su amante. Nada. ¿Se estaba volviendo completamente loca ya? Al día siguiente volvió a cantar su tonada y la respuesta le volvió a regalar los oídos. Ella volvió a mirar y no encontró nada. Se sentó bajo la ventana y comenzó a llorar desconsoladamente. Tras algunos minutos de llanto, una avioncito de papel aterrizó en frente de su cara llorosa: “Reúnete conmigo en el claro del bosque”, decía el papel del avión.

No tardó en llegar. El claro del bosque era una pequeña llanura en la que no había vegetación alta y los árboles formaban una cúpula. Se puso en el centro del claro y comenzó a mirar alrededor. Sin que pudiera reaccionar, sintió que una tela le cubría los ojos.

“No podía soportar observar sin actuar tu inacabada desdicha. Te he contemplado en la oscuridad tus lamentos y tus actos. Solo he podido deducir de ellos un alma superior a las que estoy acostumbrado a tratar. Sí, tengo conocimiento de tu maldición, pero no me importaría no poder mirarte a los ojos nunca si la recompensa en poder compartir mi vida contigo. ¿Aceptarás esta humilde petición de un desconocido?”
Él puso sus labios junto a los de la horrible desdichada. Ella no tardó en besarle sin resistencia. Y los días transcurrieron sigilosamente, pero el peso de no poder mirarse el uno al otro recaía más sobre sus hombros, ninguno de los quería arriesgarse a que tal dicha tuviera fin tan cercano y cruel.

Como todas las noches, mientras él dormía, ella se quitaba la venda de los ojos y le observaba. Le gusta. Se sentía feliz. Podía fácilmente pasarse horas mirándole dormir. La comida dejó de ser un problema, porque él le traía cosas que no había vuelto a probar desde que mató a su madre. Por las noches cantaban los dos juntos y se fundían en un abrazo hasta la mañana siguiente.

Una noche, los pensamientos turbulentos hicieron nido en la dormitante cabeza del amante. En su pesadilla, él no podía aguantar más sin verle los ojos, le quitaba la venda y moría en el acto. Se despertó sobresaltado, pero mayor fue el sobresalto cuando encontró delante de su cara los ojos de muerte de su amada. Automáticamente cayó pálido sobre la cama donde segundos antes dormía. Ella gritaba, lloraba, trataba de revivirlo a besos. Nada ocurrió, pero ella no desistió. No escuchaba el latir de su corazón. Cuando su garganta se hubo desgarrado y solo atormentados gritos guturales pudieron salir de ella, su amante habló.

“Si tus ojos reflejaran tu alma, solo una mirada tuya devolvería la vida a mi cuerpo.”
Estrella de la mañana, brilla
Sobre el rostro de mí amada…
“Porque vista con el corazón…”
Dile que su pesadilla
Pronto será finalizada.
“…ella…”
Oh! Estrella inmoladora
Dile que no está sola…
“…es preciosa”

Entonces, la estrella que alumbraba sus noches, se encendió más potente que un centenar de soles y bañó de luz el rostro de la desdichada. Ella miró a los ojos a su amado y él, automáticamente, comenzó a respirar de nuevo. Entonces la estrella dejó de brillar, encendiendo todas las estrellas del firmamento que observaron como un millar de ojos brillantes como dos personas se besaban bajo su luz.

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Dedicado a Sandra que, a diferencia de mi personaje, su cuerpo y sus ojos son el claro reflejo de un alma equilibrada y llena de belleza.
Relato inspirado en: Morgenstern – Rammstein

1 comentario:

  1. Luis, ha sido genial, me ha encantado, menos mal que al final el amor siempre gana.
    No todo el mundo sabe amar, por suerte, nosotros no tenemos ese problema.
    Te amo.
    PD: Me gusta la forma en que me miras, me miras con buenos ojos, y no te percatas de mis imperfecciones, que son muchas, pero tú has sabido ver mis cualidades por encima de mis defectos.
    Gracias.
    Atentamente:
    San

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