Gran fiesta tiene el infierno con todas sus calaveras.
Tanto el viejo como el tierno van a dar a las calderas.

30 octubre 2011

Humo

Una helada brisa recorría palmo a palmo la calle a las ocho y media de la mañana. El olor al rocío de la noche empapaba el aire dando la impresión de que el mundo aún estaba por despertar, acrecentada por la tenue y sutil luz de las farolas en el amanecer. Las hojas de los árboles titilaban y, algunas de ellas, se desprendían para caer lastimosamente en el suelo a hacer compañía a sus hermanas caídas y resecas en pos de verlas morir con un crujido bajo los pies de los cientos de niños que se dirigían a la escuela esa mañana.

Jose, tapado hasta la nariz, cargado con su enorme mochila y la bolsa de gimnasia andaba adormilado en el camino reiteramente recorrido desde su casa hasta el colegio. Llevaba las manos enguantadas y metidas en sus bolsillos, con el cuello encogido y ligeramente encorvado ante la contundencia glaciar de las temperaturas de aquella mañana. Deseaba con todas sus fuerzas que la caldera estuviera a pleno funcionamiento aquel día para no morir de hipotermia. Observaba las cosas que le venían al paso para distraerse durante el trayecto. Los árboles, los coches, las papeleras y los semáforos. Había poca gente en las calles, la mayoría con el mismo destino que él. Pese a todo andaba solo y abstraído. Casi llegando a su centro vio un autobús aparcado en la acera por la que caminaba. Se veían sombras indefinidas pasear por dentro de él, pero, al ponerse a su altura y girar la cabeza para observar, no vio nada a través de la puerta abierta. Al ver que su curiosidad no iba a ser satisfecha, volvió la vista adelante y al cabo de poco tiempo se encontraba con las manos en el radiador, apartándolas cada poco de su agresivo calor para no quemarse. Pese a todo ese autobús no se fue de su cabeza hasta bien entrada la mañana.

El día para el pequeño Jose transcurrió con su soporífera normalidad hasta la última hora antes de acabar la jornada. Era el momento de tutoría. Su profesora lo mandó al despacho del director sin motivo aparente. Aunque pudiera parecer contradictorio, el chiquillo se personó allí sin cuestionar absolutamente nada y sin un ápice de temor en su mente. Sabía perfectamente lo que aquello significaba, a sus compañeros les iban a comunicar algún evento para realizar conjuntamente con sus padres. Él era huérfano y todo el mundo trataba de protegerlo en exceso de ello. Mientras el director le saludaba con una gran amabilidad y le proporcionaba una agradable conversación, su cabeza se centró en el tema de sus padres. Ciertamente, hacía mucho tiempo que no le recordaba nadie ese tema, así que se quedó pensando. Actualmente vivía con su abuelo materno, Marcial, cerca de su colegio. Desde pequeño, cuando preguntaba sobre sus padres, él le respondía que habían ido a hacer un viaje y que pronto volverían. Esa excusa tan infantil ya no surtía efecto en él pero aún no se había enfrentado a su abuelo o, quizás, no quería enfrentarse contra la realidad.

Tal y como supuso, al finalizar las clases encontró a sus amigos hablando animosamente sobre una carrera de obstáculos entre padres e hijos. Aquellos al verle desviaron la conversación fugazmente hacía otro tema con poca sutilidad. Pese a todo, cuando llegó a casa no mencionó el tema. Encontró a su abuelo al lado de la estufa tallando un pequeño trozo de madera con un cuchillo. Tenía una enorme habilidad para modelar madera dándole forma de lobos, dragones o trasgos. Muchos de aquellos muñecos de la madera se los regalaba a él. Otros los vendía. Tras comer y una siesta, Jose olvidó completamente en tema de sus padres.

Algunos días después, el pequeño Jose se dirigió una vez más hacia su escuela esa mañana. El camino transcurrió con total normalidad hasta que llegó a la altura del autobús. Había pasado mucho tiempo desde que ese vehiculo no había suscitado su atención, pero algo en su cabeza le animaba a mirar aquella mañana, algo le llamaba. Cuando giró su cabeza encapuchada notó una sensación muy extraña. Vio una cara fugazmente, una cara de hombre. Detuvo sus pasos y se quedó mirando los cristales de ese autobús durante unos largos instantes. Estaba tan ensimismado tratando de vislumbrar algo recónditamente oculto en aquel vehículo que solo se dio cuenta del transcurso del tiempo cuando el timbre del colegio sonó indicando el comienzo de las clases. Salió corriendo olvidando la cara que le pareció ver aquella mañana en el reflejo del cristal.

Aquella misma noche, acurrucado en su cama, la mente dormida del pequeño Jose soñaba. Se vio recibiendo clase, como hacía todos los días con total normalidad, hasta que en un momento dado la profesora lo mandaba al despacho del director. Salía al pasillo y se encontraba en la calle frente al autobús. Allí vio a sus compañeros de clase sentados al lado de sus padres riendo y hablando. Quiso subir pero el director, que se encontraba al final de las escalerillas del vehículo le negaba el paso. Le decía que no podía subir porque no tenía padres. Turbado y dándose escasa cuenta de que aquello no era normal intentó volver a su aula del colegio, pero en lugar de encontrar aquellas enormes puertas correderas, encontró la puerta de madera del cuarto de su abuelo entreabierta. Allí lo encontró, llorando con el retrato de su hija entre las manos, como ya lo había visto tantas veces. En aquel momento, las figuras de madera que moldeaba se hicieron gigantes y se cernían violentamente sobre el cuerpo encorvado y compungido de su abuelo. El pequeño gritaba para alertar a Marcial, pero no consiguió nada, de su garganta no salía más que un leve susurro eclipsado por el llanto de su abuelo. Cuando estaban a punto de asesinarlo abuelo, se encontró sentado en la cama, envuelto en sudor y con los ojos completamente abiertos viendo las ondulaciones que el viento producía en las cortinas.

Al día siguiente se acercó a su abuelo. “¿De qué murieron mis padres?” dijo tartamudeando ligeramente. Su abuelo cortó el brazo del ser que estaba tallando y su rostro palideció como la nieve. Dejó a un lado el trozo de madera y comenzó a hablar con un tono cariacontecido. Sus padres murieron hace mucho tiempo en un accidente de tráfico cuando él todavía no sabía ni hablar. Tras eso bajó la cabeza y ambos pasaron taciturnos el resto del día, uno por los dolorosos recuerdos, el otro por la dura información y choque con la cruda realidad.

La vida del pequeño Jose transcurrió sin más durante algunos días, olvidando parcialmente los hechos revelados por su abuelo, pero una mañana volvió a ver aquel autobús de nuevo. Su cabeza no pudo evitar asociarlo. Involuntariamente lo miró. Entonces otra cara se vio en el reflejo del cristal. Se acercó para ver quien era aquella persona que se movía tanto dentro del vehículo. Cuanto más se acercaba, notaba una sensación sobrenatural. El pelo de sus brazos erizó. Apoyó una de sus manos en la carrocería inconscientemente. Un frío extremo traspasó su guante y le hizo temblar de pies a cabeza. En aquel momento levantó la mirada y vio claramente lo que antes fue un destello fugaz. Dos caras. Un hombre y una mujer. Sus huesos se estremecieron y notó como se le hundía el pecho, como si una fuerza sobrehumana le estuviera aplastando. Más que ganas de llorar, notó como las lágrimas querían salir huyendo de sus ojos y un profundo sabor a bilis inundó su boca. Los había visto en foto, tenía vagos recuerdos, pero una cosa era segura. Aquellos eran sus padres. Le miraban inexpresivamente desde el cristal, como si de una foto tridimensional se tratase. Retrocedió unos pasos hipando, con todo su cuerpo en completa tensión. El sentimiento le sobrepasó y comenzó a llorar en la acera.

Perdió toda noción del tiempo. El colegio telefoneó a su abuelo para informarle que Jose no se había presentado aquel día a clase. Marcial salió tan rápido como pudo y lo encontró en la calle de rodillas en el suelo cara a la carretera, sollozando tenuemente pero de forma continua. Nada que le dijera su abuelo consiguió consolarlo, ni tampoco la televisión, ni la música, ni la comida. Cuando se dio por vencido, recordó el teléfono que le dio el psicólogo que trataba a su nieto. Dejó de llevarlo cuando aquel decidió que no era necesario seguir con la terapia. El niño no tendría ningún problema para superarlo según él. Marcial llamó a su hijo para que llevara a Jose a aquel psicólogo. Al cabo de unos momentos se personó y montó a su sobrino en el coche. Le extrañó súbitamente que el pequeño llorara aún más fuerte cuando encendió el motor, pero se apresuró en llevarle. Algo súbitamente substrajo su conciencia. Sus manos cayeron del volante. Delante suya, en la carretera, en la cabina de un autobús vio a su cuñado y a su hermana, en pie. Su sangre se heló hasta tal punto que no escuchó el lacerante grito del niño que estaba sentado a su lado y tampoco se dio cuenta de que el vehículo en el que estaba montada su hermana se aproximaba cada vez a más velocidad.

Unos dolorosos meses después, Marcial paseaba demacrado por las calles de su barrio. La primavera comenzaba a florecer, pero su corazón era perpetuo invierno. Arrastraba los pies y tenía los ojos hinchados de llorar sin descanso durante mucho tiempo. No existía lugar donde huir de los recuerdos. Cada banco, cada parque, cada plaza le recordaba su nieto. Entonces, en su dolor, desvió la mirada a la carretera. Encontraron sus ojos un viejo autobús. En sus ventanas vio a su hijo, a su hija junto a su esposo y a su nieto. Aquel viejo hombre se acercó al autobús, subió sus escalerillas y las puertas se cerraron. Al cabo de unos instantes el motor se encendió con un chasquido y el vehículo desapareció en el horizonte dejando poco más que el vacío y algunos recuerdos cercenados en las mentes de aquellos que los conocieron.

Feliz Halloween!

1 comentario:

  1. Hola Luis
    Me ha gustado mucho tu escrito, y veo que, en ciertos aspectos, has seguido algunos de los consejos que te di, sobre todo el de intentar contar una historia que no solo te interesara a ti (y a dos o tres amigos), sino que pudiera emocionar y sorprender a gente que no tuviera nada que ver contigo (ni en edad, ni en profesión, ni en formas de pensar, etc.)

    Y la verdad es que con el relato del autobús lo has conseguido: es original (sin perder de vista el género al que pertenece), emociona, es sensible e, incluso, llega a poner la piel de gallina en algunos momentos (y de eso también se trataba). Están muy bien equilibrados los momentos narrativos, los líricos y los fantasmagóricos. La gradación de lo narrado está también muy bien desarrollada. Mi más sincera enhorabuena. Ese es el camino. Tú mismo, si perseveras, irás descubriendo el poder de las elipsis, el valor de las ausencias o presencias de las adjetivaciones, el variado uso que se le puede sacar a las distintas formas verbales, a la puntuación y distribución en párrafos, etc. Pero, como ya te comenté hace unos meses, tienes madera, y la madera hay que pulirla para que deje de ser un simple palo y se convierta en talla artística.

    Un abrazo ISMAEL

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