Gran fiesta tiene el infierno con todas sus calaveras.
Tanto el viejo como el tierno van a dar a las calderas.

19 marzo 2010

La hoguera de los necios

Bienvenidos a la jungla. El terror se desata por las calles como una fiera salvaje buscando su presa para destrozar, malograr y bombardear sin descanso. Es un poder contra el que no existe ningún tipo de defensa, lo único que se puede hacer es mantener la paciencia. Este poder es la estupidez y crece en cualquier esquina de cualquier calle, ahora en los llamados casales. Los bastiones de la ignorancia crecen como flores espinosas por la ciudad esparciendo su aura de ruido y basura.

Su primer paso es invadir el territorio. Colocan unas construcciones de metal y lona, en cuyo interior se refugian los ignorantes para planificar su gran golpe. Tal maquinación requiere una construcción, bebida, alimento y, por supuesto, cortar la circulación de una calle. La ciudad parece incomunicada, la gente no puede aparcar sus coches y los negocios (excepto la hostelería) merman su actividad. Y, si no fuera poco cortar una calle para colocar su refugio, cortan otra para colocar su monumento a la ignorancia.
Erigen barreras oficiales que impiden que aparques tu propio coche en tu propia calle.

El segundo paso es generar el caos. ¿Qué podemos hacer, como padres responsables y modernos que somos, para entretener a nuestros hijos? Darles pólvora y un mechero ¡Adelante! Una horda de malcriados armados con explosivos y fuego. Si al menos se limitaran a detonar los petardos que están permitidos para su edad, pero ¡no! Sus padres les compran los más grandes que encuentran para que el niño esté contento. Realmente esta etapa del año tiene su punto favorable, no me sentiría mal saliendo a la calle armado con una ametralladora. No para matar a todos y cada uno de los falleros acérrimos (que también) sino para integrarme aun más en tal orgía de explosiones y fuego. Ellos ocupan todas las horas del día. Madrugan para hacer la “despertá” a las 8 de la mañana y se acuestan a las cuatro de la madrugada tratando de moverse harmoniosamente bajo la influencia del alcohol ¡Cómo se nota que no tienen el casal al lado de su casa! ¡Cómo se nota que sus cristales no vibran al sentir el impacto de los decibelios! ¡Cómo se nota que ningún humano orina en la puerta de su casa! Me gustaría realmente coger mis altavoces y colocarlos gentilmente en la puerta de su habitación y ponerlos a máxima potencia de Death Metal desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la madrugada (sí, cuatro horas de sueño) y, finalmente, implosionar para generar una basura equivalente a la suya.

Tercer paso, terminar su ritual fatal. Una vez entregadas las flores a sus dioses en una maniobra que dura tres días, porque absolutamente todas las niñas mimadas quieren poner sus seres vegetales muertos en manos de un asalariado para que las coloquen en una estructura de madera que representa las creencia religiosas que ni el uno por ciento de la gente que asiste tiene, han quemado toda la pólvora que han podido y han destrozado la paciencia de los vecinos, queda el toque final: quemar el dinero. Todos los falleros se dirigen alegres a ver como el dinero que han depositado cual hormiga se convierte en ceniza y humo. Genial, en vez de arreglar la sanidad, en vez de ayudar a los pobres, en vez de acabar con el hambre en el mundo, en vez de gastarlo en algo útil, vamos a quemarlo. Los bomberos, cuyo trabajo es salvar vidas del fuego, se ven obligados a apagar el dinero ardiente ya que, además, puede provocar heridos. Los sobreexplotados barrenderos sienten el gigantesco yugo de limpiar los restos pegajosos y escurridizos del exceso. Las miles de millones de bombillas colocadas para iluminar una cosa que va a prenderse fuego gastan una electricidad que bien se podía utilizar para paliar la gigantesca demanda de energía, es paradójico que el ayuntamiento reparta bombillas de bajo consumo y luego permitan esto. Los monumentos (si se le puede poner un nombre tan altivo a algo tan sumamente chabacano) tampoco se salvan de la exageración. Algunos levantan del suelo unas alturas similares a las de los inmuebles de cuatro plantas y vienen a costar lo mismo.

Por mí, que ardan todos en sus hogueras. Acabaríamos con una ínfima parte de la epidemia de la extravagancia que sufrimos desde que la gente no se tiene que partir el espinazo para poder comer.

1 comentario:

  1. Estoy totalmente de acuerdo contigo, ODIO LAS FALLAS, y no solo por lo molestan que son , que tambén , si no por que poquito a poco se están cargando la capa de ozono, ya se vengará Gaia...

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