Gran fiesta tiene el infierno con todas sus calaveras.
Tanto el viejo como el tierno van a dar a las calderas.

12 septiembre 2014

El pintor de pesadillas (Parte 1)

Caminó velozmente por la galería. El sonido de sus pasos retumbaba en las paredes, acompañado de otro par de zapatos que andaban a su par. Sus ojos se centraban fugazmente en cada cuadro, de los cuales reconocía cada vez más como propios.

- Está bien que seas puntual, pero tampoco te hubiera matado llegar diez minutos antes ¿eh? – el pintor se quedó mirando aquel extraño hombre que vestía un traje morado y lucía en su cabeza mechas rojas- Ya hay demasiada gente esperando.
- Es culpa suya – Se rió mientras caminaba y se sentía especialmente afortunado por ir vestido de una forma radicalmente más cómoda que él. – Yo he llegado a la hora. Si esperan es porque quieren.
- Bueno… -Observó como el dueño de la modesta galería de arte andaba a su lado mirando hacía el techo buscando las palabras para contestarle- No es bueno hacerles esperar.
- ¿Te lo tengo que volver a repetir? –Rió el pintor mientras colocaba el cuadro de nuevo en una posición cómoda a su costado derecho, ya que había ido resbalando a causa del enorme traqueteo debido a la velocidad a la que andaban.- Tampoco tenía planeado hacer carreras por la galería, aunque debo confesar que es divertido.-El dueño de la galería rió de una forma artificial, sin mucha molestia en disimularla.
- ¿Estás nervioso? –Preguntó al cabo de un rato.
- Para nada.- Respondió, seguro de sí mismo.

Recorrieron los últimos metros hasta llegar al lugar donde habían sido convocados, en completo silencio. Mientras el dueño se dedicaba a mirar su teléfono móvil, el pintor se afanó a echar vistazos rápidos a todos los cuadros mientras recordaba en cada momento qué era lo que le había hecho dibujarlos. Aquel lugar estaba gentilmente iluminado por pequeñas ventanas colocadas encima de los cuadros, decorado de forma ostentosa con alfombras rojas en un suelo de madera rodeado de paredes moradas. En aquel momento, cerca del atardecer, solo se iluminaban los de la parte derecha, dejando los otros cuadros en una penumbra que les daba un aspecto incluso mejor. El suelo crujía ligeramente a cada paso que daban, sin dejar de notarse en el ambiente el olor a pintura que caracteriza ese tipo de sitios. Comenzaba a escucharse un murmuro creciente de la gente que allí se había congregado. La sonrisa del dueño aumentaba a medida que las conversaciones casuales aumentaban de nivel. Aquella persona había aprendido a asociar perfectamente el dinero que ganaría con la cantidad de sonido que producía la gente mientras caminaba por el pasillo. Mientras tanto, el pintor continuaba abstraído en sus recuerdos.

Al cabo de poco llegaron al lugar donde tendría lugar la recepción y la exposición de la última obra. Las voces de los visitantes tenían tanto volumen allí que tuvieron que gritar para poder organizarse mientras daban los últimos retoques al pequeño escenario. El dueño tenía una sonrisa maliciosa difícil de esconder mientras el pintor observaba detenidamente el lugar para que no hubiera ninguna clase de fallo, además de cuidarse de que la curiosidad del dueño no le hiciera destapar el lienzo antes de tiempo.

A la hora estipulada fue el propio dueño de la galería quien abrió la puerta y se apresuró a llegar hasta el pequeño escenario para realizar las presentaciones adecuadas. El pintor, sin ocupar aún su puesto, vio en el rostro del dueño mientras se acercaba con la muchedumbre de fondo. Cualquiera diría que iba a explotar de felicidad. Era comprensible, jamás en su vida había visto tanta gente acudir, al menos más de un centenar. Era mucho más de lo que solía tener aquella pequeña galería que ahora, mayormente, estaba repleta de aquellos cuadros que presentaba el pintor.

-Probando… probando… se oye ¿no?... Estupendo. –Carraspeó un momento el dueño de la galería antes de dirigirse al público. El murmuro disminuyó drásticamente- ¡Bienvenidos todos a la tercera presentación que hacemos de este maravilloso artista! Hoy veremos su última obra, según él, una de las mejores que ha hecho jamás. Y no solo eso, también ha decidido poner en venta la mayoría de ellos, por tanto tenéis la increíble oportunidad de llevaros a vuestra casa los que más os gusten. Como acostumbra a hacer, estará paseando por toda la exposición hasta que termine, por tanto podéis preguntarle lo que deseéis. –Quedó mirando al publico, aunque cualquiera diría que observaba un maletín lleno de billetes- Sin más dilación, lo que todos estabais esperando. ¡Con todos vosotros, el pintor de pesadillas!

La sala estalló es un gigantesco aplauso mientras el dueño se ponía en un segundo plano y subía por las escaleras. Solo le bastó levantar ligeramente las manos para que la sala entera se silenciara por completo. Se sorprendió ligeramente y se colocó cerca del micrófono.

-Buenas… bueno, no me voy a enrollar mucho. Solo deciros que podéis comprar cualquiera de estos cuadros, pero antes tenéis que hablar conmigo o con… -le costaba decir ese nombre sin reírse- Galant, el dueño de la galería que me acaba de presentar. Daré mi dirección de e-mail a los compradores. Esto puede parecer una tontería, pero es que realmente me gustaría saber donde acaban mis cuadros en caso de que los vendáis, ¿vale? Solo eso… -hizo un amago para irse, pero la cara de Galant se podía leer como un libro abierto- ¡Ah, sí! Me queda descubrir mi última obra.

Con cierto cuidado, descubrió el lienzo mientras la multitud guardaba silencio sepulcral. Era un cuadro al óleo con grises metálicos, mientras el fondo representaba un atardecer en tonos verdes en vez del acostumbrado rojo. Representaba un pavimento metalizado que a la mitad derecha del cuadro se transformaba en un pájaro, también de aspecto artificial, el cual regurgitaba agujas plateadas las cuales creaban una especie de río de metal espinoso. La sala estalló en aplausos y algunos silbidos. Tras esperar un buen rato sin mostrar demasiada emoción, mientras la multitud terminaba de vitorearle, declaró abierta la exposición.

Tras casi tres horas de explicaciones, recibir elogios y vender bastantes cuadros, Galant se presentó para acompañarlo hasta al entrada. Tenía una entrevista pendiente con la cadena provincial de televisión. Tras el debido apretón de manos y intercambiar algunas impresiones sobre la entrevista, el cámara comenzó a filmar.

-¡Hola a todos! Hoy nos encontramos en una modesta galería de arte, donde conoceremos a todo un artista de nuestra comunidad autónoma. Hola Adrián. –Dijo la reportera mientras el cámara le filmaba-
- Buenas. –Respondió el pintor tranquilamente.
- Te llaman el pintor de pesadillas, pero salta a la vista porque. ¿Cuándo comenzaste a pintar?
- Pues realmente llevo pintando desde los dos años aunque sin la calidad de ahora, por supuesto.
-¿Dos años? No es posible, ¿cómo un niño tan pequeño puede interesarse tan pronto por la pintura?
- Es simple. Desde que tengo uso de razón, he tenido pesadillas todos los días. Lógicamente, con dos años no podía de ninguna forma explicar lo que había visto, pero sí que podía intentar dibujarlo. Comencé a dibujar todos los días para poder enseñar a los demás mis vivencias. Por supuesto, con la práctica se hacen maestros así que, practicando todos los días durante veintidós años, es normal que pinte razonablemente bien.
- Impresionante, realmente impresionante. ¿Entonces haces un cuadro al día?
- Cada vez que duermo, tengo una pesadilla y siempre la dibujo, por tanto se podría decir que sí.
-…Ajá sí vale… Bueno, pues eso es todo. Estaremos un rato filmando por ahí. Hasta luego.

Tras unas cuantas horas de seguir paseando por la exposición, la jornada terminó. Galant y el pintor se repartieron las ganancias, cosa que contentó mucho a este primero ya que, aparte de la enorme cantidad de dinero que se recaudó aquel día, Adrián le dio una gran fajo de billetes antes de largarse por la puerta de atrás de la galería, profiriendo una seca despedida.

La suma de dinero había sido considerable para un día de trabajo bastante relajado. Adrián se sintió ligeramente culpable por quedárselo, a pesar del reducido precio que tenían los cuadros. Sin embargo la fama aumentaba gradualmente y decidió seguir guardando una pequeña cantidad para comprar materiales.

Vivía sin mucha preocupación en una residencia de estudiantes cerca de su facultad. Pasó sin mucho esfuerzo los primeros tres años de la carrera de bellas artes y el cuarto curso no parecía una dificultad añadida. Al residir lejos de su lugar de origen, las becas le daban unas ganancias más que suficientes como para mantenerse y comer. En general le agradaba mucho el ambiente de la universidad, disfrutaba de una libertad que se sentaba francamente bien y la gente que le rodeaba le consideraba como un igual.

Aquella noche de marzo no quiso volver a la habitación de la residencia inmediatamente. Compró comida y se dedicó a vagar por las calles. Paseó tranquilamente bajo la luz de las farolas, viendo a la gente que comía tranquilamente y conversaba con animosidad. Por alguna razón se sintió como en casa en aquel momento, en paz consigo mismo y con fuerza para alcanzar los sueños que había sembrado durante toda su vida. Se sentó relajadamente en un banco y alzo la cabeza al cielo, dejándose absorber por la inmensa oscuridad, la luna y las rutas de los aviones en el cielo.

Bajó la cabeza, apartando la mirada del techo iluminado de su coche. Aquel septiembre el frío comenzaba a ser duro, el inverno se adelantó un poco ese año. Abrió la puerta del coche y salió con tranquilidad, con el tiempo calculado en su cabeza para llegar a la hora justa a la colección. Mientras cerraba el vehículo, se dio cuenta de todo lo que había pasado desde que iba en tranvía a aquel museo de mala muerte, un año desde que se hubiera graduado en bellas artes y su fama no había hecho más que aumentar.

Andó unos pasos hasta que la puerta se abrió. Tras de ella había uno de los serios guardas que mantenían el orden fuera y dentro de la galería. El número de seguidores de Adrián aumentaron de forma increible en ese tiempo, tanto fue así que la exposición duraría un mes entero. Ya llevaban más de una quincena en este estado, con una afluencia de gente que no parecía disminuir y el clamor de sus asistentes tampoco descendía y rara era encontrar una de estas jornadas en la que no se escuchara algún idioma extranjero.

Tras recorrer por unos segundos los pasillos, encontró al dueño de la galería. Otra cosa que había incrementado exponencialmente en aquel tiempo era la extravagancia de aquel que se hacía llamar Galant. Todas sus prendas eran de etiqueta y su arrogancia era impresionante. Le dedicó a Adrián un levantamiento de cejas y se fue a dar su discurso de apertura, cada vez más cargado de egocentrismo. Adrián presentó el cuadro de esa mañana y fue a colocarlo en un lugar específico de aquel día, ya que estaban llevando una colección especial de los cuadros que dibujaran durante la exposición.

La apertura de la colección trajo consigo una oleada de gente que rellenó por completo el recinto de la galería, haciendo extremadamente complejo el simple movimiento de las personas a través de ella. Adrián no tuvo casi descanso entre adulador y adulador. Realmente prefería aquellas épocas en las que no eran más que una veintena de personas y podía realmente estar con la gente que había venido para hablar con él. Las entrevistas para la televisión eran diarias y ya había aparecido en canales nacionales. No podía hacer más que intentar mantener la conversación con sus interlocutores a gritos.

La jornada clausuró como de costumbre, con los guardas haciendo salir a los rezagados que no podían dejar de deleitarse con el arte de Adrián. Una última pareja vestida de negro compró la pintura que llevaban mirando una hora y se fueron tras dar las gracias personalmente al artista. Sin ninguna ceremonia y sin amago de despedida, salió de allí para tomar el coche hasta su hogar, no muy lejos de allí. Solo tras haberse alejado de aquel griterío descubrió que la lluvia precipitaba hacía más de una hora.

Los neumáticos levantaban el agua que cubría la calzada, lanzando pequeñas gotas por los laterales del vehículo, creando un velo. Mientras una luz roja interrumpía la circulación, Adrián vislumbró una figura oscura andando con serenidad por la acera bajo la lluvia intensa. Pese a que todo el mundo a su alrededor corriera bajo los balcones o estuviera al resguardo de un paraguas, aquella persona ni se molestaba en cubrirse el pelo. Por alguna extraña razón aquel día Adrián se sentía generoso y aquella persona le llamó la atención. Bajó del vehículo un poco más adelante y abrió su paraguas, esperando a que aquella serena figura le alcanzara con sus pasos. Poco antes de ser alcanzado, reconoció a una mujer de pelo oscuro y el rostro claro. Vestía un vestido bastante bizarro, con hebillas y correas. Cuando estuvo a su altura, Adrián se puso a su lado y la resguardó bajo su paraguas.

- Gracias por el gesto. - Contestó la mujer tras dar unos cuantos pasos a su lado – Pero no hacía falta, disfruto de la lluvia.
- Sería una pena que enfermeras solo por disfrutar de una paseo. La habrás sentido bastante en tu piel, ahora mejor que únicamente la escuches.
- Sí así lo quiere, acompáñeme. - Tenía el pelo pegado a su cara y el vestido empapado.
- ¿Cómo debería llamarle? -Preguntó Adrián.
- Con su estilo de ligar tan poco original no crea que le voy a dar mi nombre.
- Me lo suponía, pese a todo la acompañaré.
- Creo que es momento de que deje de ser tan caballeroso y se despida de mí. - Dijo la mujer tras recorrer unas cuantas calles.
- ¿Ya hemos llegado?
- No sea usted cínico y piense que le voy a decir donde vivo.
- ¿Me puede hacer un favor antes de que nos despidamos?
- Depende.
- Quédese con el paraguas. - Le dijo mientras se lo ofrecía con la mano.

Adrián se alejó bajo la lluvia, con un extraño sentimiento que mediaba entre la ilusión y sentirse perfecto en su acción. Al poco de estar deshaciendo el camino hasta su coche, paró de llover. Se metió las manos en los bolsillos y caminó alegre el camino.

Tras llegar a casa, quitarse la ropa mojada y comer algo, Adrián se sentó delante de su ordenador con un té para relajarse y leer el correo. Tenía pendiente algunas “pesadillas de encargo” como él llamaba. Hace tiempo se dio cuenta que sus recuerdos más recientes aparecían con más frecuencia en sus pesadillas, deformados hasta el extremo. Cuando comentó esto en una de sus entrevistas, muy pronto le llegaron peticiones para que en sus pesadillas se reflejaran los gustos de otras personas. Le pedían que leyera libros, escuchara música, observara otros cuadros e, incluso, jugara a videojuegos. De hecho, allí mismo tenía uno al que jugar. El dinero de aquellas obras tan personalizadas era algo mayor, pese a que la mayoría de lo que el ganaba acababa en donativos a diferentes causas. Adrián vivía con suficiente lujo ya, desde su punto de vista.


Se sorprendió cuando el teléfono sonó a sus espaldas al cabo de unos minutos. Respondió a la llamada con animosidad, pensando que sería un nuevo encargo. Pese a que este no fuera el caso, la emoción le volvió a embargar tras finalizar la llamada. Miró al techo y sonrió. Él, Adrián, con una exposición a nivel nacional en la capital.