Gran fiesta tiene el infierno con todas sus calaveras.
Tanto el viejo como el tierno van a dar a las calderas.

31 agosto 2010

Eyeless

El día 27 de agosto del presente año se somete a Ricardo Guizo a una difícil operación ocular. Para su completa recuperación se le ruega al paciente que lleve vendados los ojos durante un mes para evitar que cualquier tipo de luz dañe sus córneas.

Esto le dijeron al archifamoso Ricardo Guizo, Rick cómo se le conoce mundialmente, pero para él no era más que un molesto inconveniente este estado de ceguera semi-impuesta. ¿Qué iban a pensar sus fans si se percataran de la noticia? Por supuesto, una conocida estrella de la gran pantalla no podía mostrarse en tal estado frente a la cámara.

Y famoso con razón. Terminó su aprendizaje de arte dramático a la edad correspondiente y tuvo la increíble suerte de ser contratado en una película de esas que tanto gustan a las adolescentes. A partir de ahí, el joven e inquieto aprendiz de actor se convirtió en un prepotente y juerguista, olvidando en cuestión de meses su educación y sus ideales. Se codeaba junto a las más bellas mujeres y los más adinerados (poderosos, por lo tanto) hombres, transformándolo así en un monstruo cretino y ego centrista. Apoyando su cambio se encontraban sus miles de fans, que aclamaban su nombre y su cuerpo, deseando acostarse con él. En cinco años jamás osó a volver a su barrio o siquiera hablar con su familia, su nuevo hogar estaba entre aquella gente que, según él, era realmente importante.

Tras ésta operación, volver a la vida pública le pareció misión imposible, pero sus muchos representantes y “amigos” insistieron en llevarlo de vuelta a la alta sociedad a la vista de su mortal aburrimiento. Había descubierto lo dura que era la vida sin poder salir de casa. Lo normal era que pasara la mañana durmiendo, despertara, comiera y preparara papeles durante la tarde o hiciera ejercicio en el gimnasio. Tras la cena, salía de fiesta o se acostaba con su mujer. Ella tampoco se aburría en exceso, pasaba casi todo el día de compras y con las amigas. No tuvo el gesto de acompañarle en el hogar en su confinamiento. Cuando llegó a casa por la noche, encontraron imposible realizar cualquier acto sexual. Por primera vez en sus dos años de matrimonio, le preguntó (ya fuera por cortesía o por aburrimiento): “¿Qué tal te ha ido el día?”. Durante una hora (un año a su parecer) aquella mujer le comenzó a hablar de todo lo que le podía pasar por la cabeza en ese momento. A los diez minutos de discurso, un pensamiento cambió su mente por unos instantes. Muchas veces ella hacía lo mismo que estaba haciendo hoy, pero por voluntad propia, no porque Rick se hubiera interesado. A él le pareció como si estuviera hablando con una mujer diferente, aunque no tardó en comprender por qué. En otras ocasiones, él la miraba y no le hacía el más mínimo caso, simplemente se deleitaba de la visión de un cuerpo que segundos después iba a ver desnudo. Ahora, exento de la vista, su atención se centró en la comprensión de la perorata. Se extrañó al comprobar que esa mujer estaba completamente vacía, hablaba de temas banales. Mientras en su mente brotaba una vena filosófica largamente olvidada, las preguntas con enjundia brotaban de su boca para dejar pensando a la bella idiota, la cual contestaba con una idiotez mayor a la anterior.

Al día siguiente, quedó convencido para ir a una de aquellas reuniones de estrellas de cine, magnates y artistas de reconocido éxito. Para disimular pusieron la excusa de que estaba tratando de meterse en un nuevo papel, una petición para hacer de ciego en una película. La gente aclamó su gran dedicación por su profesión. El resto de la velada fue completamente igual que siempre, exceptuando la visión de Rick de todo esto. Nada, como el día anterior con su mujer, de esta gente tampoco se podía sacar nada. Como si no pensaran. Sus únicos temas eran: dinero, mujeres y ellos mismos. Abandonó la fiesta a la hora de su comienzo alegando un dolor de cabeza.

El tercer día fue iluminado. Ordenó a uno de sus guardaespaldas que lo llevara allí de inmediato. A los pocos minutos sintió como si un espíritu invadiera su cuerpo y trastocara su mente por completo. Nada había cambiado y, aunque no era capaz de ver, no vislumbró nada diferente. Ese olor a los árboles que lo rodeaban, ese ambiente de algún tenderete ambulante que había venido a ofrecer ropa o juguetes, el griterío de los niños jugando en la calle, esas sabias voces de los ancianos discutiendo. Rozó con su mano las paredes de las calles que recorría y el tacto devolvió a su mente los recuerdos de su infancia. De todo lo que había vivido desde que estaba cegado, esto era lo que menos había cambiado, siendo que las fiestas de la alta sociedad eran siempre igual y que había pasado más de cinco años desde que no pisaba su barrio. El guardaespaldas estaba completamente sorprendido de que aquel actor discapacitado del que tenía que hacerse cargo no necesitara ni una sola indicación de donde estaba o donde iba. Fue recorriendo las casas del barrio hasta que llegó a una en especial. Se detuvo en la puerta y llamó al timbre. Su sonido hizo que se le erizara el bello de los brazos. Oyó el sonido de la puerta y la voz sorprendida de su madre que preguntaba: “¿Ricardo? ¿Eres tú?”. Entonces el archifamoso Rick, ídolo de las adolescentes y poseedor de una enorme cantidad de dinero, se arrojaba, ante los ojos perplejos de su guardaespaldas, a los brazos de su madre llorando.

Entre palabras y sollozos, el aclamado actor pidió perdón reiteradas veces a su madre por desaparecer. Ella le replicaba que mientras él fuera feliz, no le importaba que no se acordara de ellos. Al fin y al cabo ellos lo habían criado hasta que pudo valerse por él mismo, como todos los padres. Así estuvieron hablando hasta que cayó la noche.

El día 2 de septiembre, Ricardo Guizo no se presentó a su cita con el oculista, ni volvió a su residencia, ni jamás se le volvió a ver en las fiestas de alto standing, tampoco se volvió a poner en contacto con su esposa (que no sintió vacío ya que su tarjeta de crédito seguía con fondos). El mismo día, en un barrio pequeño y pobre, apareció un hombre con los ojos vendados que daba dinero a los niños que respondían sus acertijos o que le discutían sus discursos filosóficos. Cada vez más conocido en su barrio como el sabio Guizo y cada vez más olvidado en el resto del mundo como Rick. Murió allí como un anciano feliz y querido por sus vecinos.

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