Caminó velozmente por la galería. El
sonido de sus pasos retumbaba en las paredes, acompañado de otro par
de zapatos que andaban a su par. Sus ojos se centraban fugazmente en
cada cuadro, de los cuales reconocía cada vez más como propios.
- Está bien que seas puntual, pero
tampoco te hubiera matado llegar diez minutos antes ¿eh? – el
pintor se quedó mirando aquel extraño hombre que vestía un traje
morado y lucía en su cabeza mechas rojas- Ya hay demasiada gente
esperando.
- Es culpa suya – Se rió mientras
caminaba y se sentía especialmente afortunado por ir vestido de una
forma radicalmente más cómoda que él. – Yo he llegado a la hora.
Si esperan es porque quieren.
- Bueno… -Observó como el dueño de
la modesta galería de arte andaba a su lado mirando hacía el techo
buscando las palabras para contestarle- No es bueno hacerles esperar.
- ¿Te lo tengo que volver a repetir?
–Rió el pintor mientras colocaba el cuadro de nuevo en una
posición cómoda a su costado derecho, ya que había ido resbalando
a causa del enorme traqueteo debido a la velocidad a la que andaban.-
Tampoco tenía planeado hacer carreras por la galería, aunque debo
confesar que es divertido.-El dueño de la galería rió de una forma
artificial, sin mucha molestia en disimularla.
- ¿Estás nervioso? –Preguntó al
cabo de un rato.
- Para nada.- Respondió, seguro de sí
mismo.
Recorrieron los últimos metros hasta
llegar al lugar donde habían sido convocados, en completo silencio.
Mientras el dueño se dedicaba a mirar su teléfono móvil, el pintor
se afanó a echar vistazos rápidos a todos los cuadros mientras
recordaba en cada momento qué era lo que le había hecho dibujarlos.
Aquel lugar estaba gentilmente iluminado por pequeñas ventanas
colocadas encima de los cuadros, decorado de forma ostentosa con
alfombras rojas en un suelo de madera rodeado de paredes moradas. En
aquel momento, cerca del atardecer, solo se iluminaban los de la
parte derecha, dejando los otros cuadros en una penumbra que les daba
un aspecto incluso mejor. El suelo crujía ligeramente a cada paso
que daban, sin dejar de notarse en el ambiente el olor a pintura que
caracteriza ese tipo de sitios. Comenzaba a escucharse un murmuro
creciente de la gente que allí se había congregado. La sonrisa del
dueño aumentaba a medida que las conversaciones casuales aumentaban
de nivel. Aquella persona había aprendido a asociar perfectamente el
dinero que ganaría con la cantidad de sonido que producía la gente
mientras caminaba por el pasillo. Mientras tanto, el pintor
continuaba abstraído en sus recuerdos.
Al cabo de poco llegaron al lugar donde
tendría lugar la recepción y la exposición de la última obra.
Las voces de los visitantes tenían tanto volumen allí que tuvieron
que gritar para poder organizarse mientras daban los últimos
retoques al pequeño escenario. El dueño tenía una sonrisa
maliciosa difícil de esconder mientras el pintor observaba
detenidamente el lugar para que no hubiera ninguna clase de fallo,
además de cuidarse de que la curiosidad del dueño no le hiciera
destapar el lienzo antes de tiempo.
A la hora estipulada fue el propio
dueño de la galería quien abrió la puerta y se apresuró a llegar
hasta el pequeño escenario para realizar las presentaciones
adecuadas. El pintor, sin ocupar aún su puesto, vio en el rostro del
dueño mientras se acercaba con la muchedumbre de fondo. Cualquiera
diría que iba a explotar de felicidad. Era comprensible, jamás en
su vida había visto tanta gente acudir, al menos más de un
centenar. Era mucho más de lo que solía tener aquella pequeña
galería que ahora, mayormente, estaba repleta de aquellos cuadros
que presentaba el pintor.
-Probando… probando… se oye ¿no?...
Estupendo. –Carraspeó un momento el dueño de la galería antes de
dirigirse al público. El murmuro disminuyó drásticamente-
¡Bienvenidos todos a la tercera presentación que hacemos de este
maravilloso artista! Hoy veremos su última obra, según él, una de
las mejores que ha hecho jamás. Y no solo eso, también ha decidido
poner en venta la mayoría de ellos, por tanto tenéis la increíble
oportunidad de llevaros a vuestra casa los que más os gusten. Como
acostumbra a hacer, estará paseando por toda la exposición hasta
que termine, por tanto podéis preguntarle lo que deseéis. –Quedó
mirando al publico, aunque cualquiera diría que observaba un maletín
lleno de billetes- Sin más dilación, lo que todos estabais
esperando. ¡Con todos vosotros, el pintor de pesadillas!
La sala estalló es un gigantesco
aplauso mientras el dueño se ponía en un segundo plano y subía por
las escaleras. Solo le bastó levantar ligeramente las manos para que
la sala entera se silenciara por completo. Se sorprendió ligeramente
y se colocó cerca del micrófono.
-Buenas… bueno, no me voy a enrollar
mucho. Solo deciros que podéis comprar cualquiera de estos cuadros,
pero antes tenéis que hablar conmigo o con… -le costaba decir ese
nombre sin reírse- Galant, el dueño de la galería que me acaba de
presentar. Daré mi dirección de e-mail a los compradores. Esto
puede parecer una tontería, pero es que realmente me gustaría saber
donde acaban mis cuadros en caso de que los vendáis, ¿vale? Solo
eso… -hizo un amago para irse, pero la cara de Galant se podía
leer como un libro abierto- ¡Ah, sí! Me queda descubrir mi última
obra.
Con cierto cuidado, descubrió el
lienzo mientras la multitud guardaba silencio sepulcral. Era un
cuadro al óleo con grises metálicos, mientras el fondo representaba
un atardecer en tonos verdes en vez del acostumbrado rojo.
Representaba un pavimento metalizado que a la mitad derecha del
cuadro se transformaba en un pájaro, también de aspecto artificial,
el cual regurgitaba agujas plateadas las cuales creaban una especie
de río de metal espinoso. La sala estalló en aplausos y algunos
silbidos. Tras esperar un buen rato sin mostrar demasiada emoción,
mientras la multitud terminaba de vitorearle, declaró abierta la
exposición.
Tras casi tres horas de explicaciones,
recibir elogios y vender bastantes cuadros, Galant se presentó para
acompañarlo hasta al entrada. Tenía una entrevista pendiente con la
cadena provincial de televisión. Tras el debido apretón de manos y
intercambiar algunas impresiones sobre la entrevista, el cámara
comenzó a filmar.
-¡Hola a todos! Hoy nos encontramos en
una modesta galería de arte, donde conoceremos a todo un artista de
nuestra comunidad autónoma. Hola Adrián. –Dijo la reportera
mientras el cámara le filmaba-
- Buenas. –Respondió el pintor
tranquilamente.
- Te llaman el pintor de pesadillas,
pero salta a la vista porque. ¿Cuándo comenzaste a pintar?
- Pues realmente llevo pintando desde
los dos años aunque sin la calidad de ahora, por supuesto.
-¿Dos años? No es posible, ¿cómo un
niño tan pequeño puede interesarse tan pronto por la pintura?
- Es simple. Desde que tengo uso de
razón, he tenido pesadillas todos los días. Lógicamente, con dos
años no podía de ninguna forma explicar lo que había visto, pero
sí que podía intentar dibujarlo. Comencé a dibujar todos los días
para poder enseñar a los demás mis vivencias. Por supuesto, con la
práctica se hacen maestros así que, practicando todos los días
durante veintidós años, es normal que pinte razonablemente bien.
- Impresionante, realmente
impresionante. ¿Entonces haces un cuadro al día?
- Cada vez que duermo, tengo una
pesadilla y siempre la dibujo, por tanto se podría decir que sí.
-…Ajá sí vale… Bueno, pues eso es
todo. Estaremos un rato filmando por ahí. Hasta luego.
Tras unas cuantas
horas de seguir paseando por la exposición, la jornada terminó.
Galant y el pintor se repartieron las ganancias, cosa que contentó
mucho a este primero ya que, aparte de la enorme cantidad de dinero
que se recaudó aquel día, Adrián le dio una gran fajo de billetes
antes de largarse por la puerta de atrás de la galería, profiriendo
una seca despedida.
La suma de dinero había sido
considerable para un día de trabajo bastante relajado. Adrián se
sintió ligeramente culpable por quedárselo, a pesar del reducido
precio que tenían los cuadros. Sin embargo la fama aumentaba
gradualmente y decidió seguir guardando una pequeña cantidad para
comprar materiales.
Vivía sin mucha preocupación en una
residencia de estudiantes cerca de su facultad. Pasó sin mucho
esfuerzo los primeros tres años de la carrera de bellas artes y el
cuarto curso no parecía una dificultad añadida. Al residir lejos de
su lugar de origen, las becas le daban unas ganancias más que
suficientes como para mantenerse y comer. En general le agradaba
mucho el ambiente de la universidad, disfrutaba de una libertad que
se sentaba francamente bien y la gente que le rodeaba le consideraba
como un igual.
Aquella noche de marzo no quiso volver
a la habitación de la residencia inmediatamente. Compró comida y se
dedicó a vagar por las calles. Paseó tranquilamente bajo la luz de
las farolas, viendo a la gente que comía tranquilamente y conversaba
con animosidad. Por alguna razón se sintió como en casa en aquel
momento, en paz consigo mismo y con fuerza para alcanzar los sueños
que había sembrado durante toda su vida. Se sentó relajadamente en
un banco y alzo la cabeza al cielo, dejándose absorber por la
inmensa oscuridad, la luna y las rutas de los aviones en el cielo.
Bajó la cabeza, apartando la mirada
del techo iluminado de su coche. Aquel septiembre el frío comenzaba
a ser duro, el inverno se adelantó un poco ese año. Abrió la
puerta del coche y salió con tranquilidad, con el tiempo calculado
en su cabeza para llegar a la hora justa a la colección. Mientras
cerraba el vehículo, se dio cuenta de todo lo que había pasado
desde que iba en tranvía a aquel museo de mala muerte, un año desde
que se hubiera graduado en bellas artes y su fama no había hecho más
que aumentar.
Andó unos pasos hasta que la puerta se
abrió. Tras de ella había uno de los serios guardas que mantenían
el orden fuera y dentro de la galería. El número de seguidores de
Adrián aumentaron de forma increible en ese tiempo, tanto fue así que
la exposición duraría un mes entero. Ya llevaban más de una
quincena en este estado, con una afluencia de gente que no parecía
disminuir y el clamor de sus asistentes tampoco descendía y rara era
encontrar una de estas jornadas en la que no se escuchara algún
idioma extranjero.
Tras recorrer por unos segundos los
pasillos, encontró al dueño de la galería. Otra cosa que había
incrementado exponencialmente en aquel tiempo era la extravagancia de
aquel que se hacía llamar Galant. Todas sus prendas eran de etiqueta
y su arrogancia era impresionante. Le dedicó a Adrián un
levantamiento de cejas y se fue a dar su discurso de apertura, cada
vez más cargado de egocentrismo. Adrián presentó el cuadro de esa
mañana y fue a colocarlo en un lugar específico de aquel día, ya
que estaban llevando una colección especial de los cuadros que
dibujaran durante la exposición.
La apertura de la colección trajo
consigo una oleada de gente que rellenó por completo el recinto de
la galería, haciendo extremadamente complejo el simple movimiento de
las personas a través de ella. Adrián no tuvo casi descanso entre
adulador y adulador. Realmente prefería aquellas épocas en las que
no eran más que una veintena de personas y podía realmente estar
con la gente que había venido para hablar con él. Las entrevistas
para la televisión eran diarias y ya había aparecido en canales
nacionales. No podía hacer más que intentar mantener la
conversación con sus interlocutores a gritos.
La jornada clausuró como de costumbre,
con los guardas haciendo salir a los rezagados que no podían dejar
de deleitarse con el arte de Adrián. Una última pareja vestida de
negro compró la pintura que llevaban mirando una hora y se fueron
tras dar las gracias personalmente al artista. Sin ninguna ceremonia
y sin amago de despedida, salió de allí para tomar el coche hasta
su hogar, no muy lejos de allí. Solo tras haberse alejado de aquel
griterío descubrió que la lluvia precipitaba hacía más de una
hora.
Los neumáticos levantaban el agua que
cubría la calzada, lanzando pequeñas gotas por los laterales del
vehículo, creando un velo. Mientras una luz roja interrumpía la
circulación, Adrián vislumbró una figura oscura andando con
serenidad por la acera bajo la lluvia intensa. Pese a que todo el
mundo a su alrededor corriera bajo los balcones o estuviera al
resguardo de un paraguas, aquella persona ni se molestaba en cubrirse
el pelo. Por alguna extraña razón aquel día Adrián se sentía
generoso y aquella persona le llamó la atención. Bajó del vehículo
un poco más adelante y abrió su paraguas, esperando a que aquella
serena figura le alcanzara con sus pasos. Poco antes de ser
alcanzado, reconoció a una mujer de pelo oscuro y el rostro claro.
Vestía un vestido bastante bizarro, con hebillas y correas. Cuando
estuvo a su altura, Adrián se puso a su lado y la resguardó bajo su
paraguas.
- Gracias por el gesto. - Contestó la
mujer tras dar unos cuantos pasos a su lado – Pero no hacía falta,
disfruto de la lluvia.
- Sería una pena que enfermeras solo
por disfrutar de una paseo. La habrás sentido bastante en tu piel,
ahora mejor que únicamente la escuches.
- Sí así lo quiere, acompáñeme. -
Tenía el pelo pegado a su cara y el vestido empapado.
- ¿Cómo debería llamarle? -Preguntó
Adrián.
- Con su estilo de ligar tan poco
original no crea que le voy a dar mi nombre.
- Me lo suponía, pese a todo la
acompañaré.
- Creo que es momento de que deje de
ser tan caballeroso y se despida de mí. - Dijo la mujer tras
recorrer unas cuantas calles.
- ¿Ya hemos llegado?
- No sea usted cínico y piense que le
voy a decir donde vivo.
- ¿Me puede hacer un favor antes de
que nos despidamos?
- Depende.
- Quédese con el paraguas. - Le dijo
mientras se lo ofrecía con la mano.
Adrián se alejó bajo la lluvia, con
un extraño sentimiento que mediaba entre la ilusión y sentirse
perfecto en su acción. Al poco de estar deshaciendo el camino hasta
su coche, paró de llover. Se metió las manos en los bolsillos y
caminó alegre el camino.
Tras llegar a casa, quitarse la ropa
mojada y comer algo, Adrián se sentó delante de su ordenador con un
té para relajarse y leer el correo. Tenía pendiente algunas
“pesadillas de encargo” como él llamaba. Hace tiempo se dio
cuenta que sus recuerdos más recientes aparecían con más
frecuencia en sus pesadillas, deformados hasta el extremo. Cuando
comentó esto en una de sus entrevistas, muy pronto le llegaron
peticiones para que en sus pesadillas se reflejaran los gustos de
otras personas. Le pedían que leyera libros, escuchara música,
observara otros cuadros e, incluso, jugara a videojuegos. De hecho,
allí mismo tenía uno al que jugar. El dinero de aquellas obras tan
personalizadas era algo mayor, pese a que la mayoría de lo que el
ganaba acababa en donativos a diferentes causas. Adrián vivía con
suficiente lujo ya, desde su punto de vista.
Se sorprendió cuando el teléfono sonó
a sus espaldas al cabo de unos minutos. Respondió a la llamada con
animosidad, pensando que sería un nuevo encargo. Pese a que este no
fuera el caso, la emoción le volvió a embargar tras finalizar la
llamada. Miró al techo y sonrió. Él, Adrián, con una exposición
a nivel nacional en la capital.